lunes, 3 de enero de 2011

UNA CABAÑA EN EL BOSQUE. Capítulo 2.

Víctor parecía un poco perdido. No se le veía muy acostumbrado a manejar cifras tan elevadas. Carlos pensó que sería una pena que por falta de una habilidad muy fácil de adquirir se perdiese el enorme gustazo de poder comprender las majestuosas magnitudes de velocidad, distancia o tiempo que nos ofrece el Universo.

--Si cien años es un siglo, diez siglos son mil años. Hasta ahí bien, ¿verdad? –soltó de sopetón y con gesto serio.
--Sí, Carlos: hasta ahí llego –reía Víctor un poco aliviado pues hasta ese momento nunca lo había tenido tan claro.
--Si sumas a mil años otros mil, y luego otros mil más, y así, venga y dale y dale que te dale hasta repetir la operación mil veces, ¿cuántos años te salen?
--¿Un millón? He multiplicado mil por mil y me sale un millón.
--Estupendo: estamos mejor de lo que yo creía –suspiró aliviado Carlos-- Y ahora –retomó--, ese millón de años, si se repite quince mil veces, ¿cuántos años te salen?
--Puesssssonnnnnn, un millón y quince mil… no, no, espera, espera: quince mil y un millón, son… quince mil millones!
--Enhorabuena, chaval: ya, de esto, sabes más que algunos especialistas en ciencia.
--Va, no te pases: sólo sé que todo empezó hace quince mil millones de años y sé lo que significa esa cantidad.
--No creas: es mucho, comparativamente con quienes deberían saber y no saben algo tan simple. Verás: en bastantes libros, revistas y documentales he oído o leído decir que el Universo es mil veces más viejo de lo que todos creemos.

Víctor le miraba con extrañeza sin perjuicio de que su gesto mostrase claro interés. Carlos se sentía cómodo y le alegró descubrir que olvidó lo último que había leído en el libro que aún sostenían sus manos. Lo dejó encima de la mesa ovalada y se recostó boca arriba, con las piernas flexionadas y los pies separados. Ambas manos entrelazadas sujetaban su nuca. Una vez satisfecho con la postura, continuó:

--Suelo encontrarme con frecuencia en esas publicaciones en lengua española, que el Universo se creó hace quince billones de años. ¡Quince billones! ¿Te das cuenta?
--Pueeesssss… –no sabía qué demonios decir Víctor.
--Un billón es un millón de millones. A eso se le llama un billón en español . Esas publicaciones, dicen, por tanto, que el Universo tiene 15 millones de millones de años. Un errorcillo que hace al Universo mil veces más viejo de lo que ya es. Sería como afirmar que tú en lugar de 18 años, tienes 18.000. Un fallito de nada.
--Ya, ya lo pillo… joooderrr. Pero, ¿cómo va a pasar eso? –Preguntó Víctor, sin ironía.
--Pues pasa: una y otra y otra vez. Y se quedan tan panchos. Verás, te explico: todo nace de no tener cuidado de que el traductor de los textos, casi siempre en inglés, no sepa tanto de ciencia como del idioma que traduce. El traductor lee, en el original, fifteen billions years, y con toda su cachaza lo traduce en quince billones de años. El traductor no sabe que el billion, en inglés, no equivale a nuestro billón español.
--Y mete la gamba hasta las ingles.
--Imagina, –rió Carlos el chiste de Víctor --La gamba hasta las ingles por culpa de inglés, sí –continuó la broma--. Y no pasa una ni dos veces, sino la pera. Una pera limonera de veces cuya frecuencia me entristece. ¿Cómo es posible que no existan filtros científicos para subsanar errores tan habituales y garrafales como este? Es que, repito, cada vez que hablen de una magnitud en billones, en un documental o una revista, yo desconfío y no sé qué rigor tiene esto que me dicen, y por tanto pierdo interés.
--Hombre, no es para tanto tanto, ¿no? –seguía graciosillo Víctor.
--Ya, bueno, es un decir. Pero la realidad es que si dudo, no disfruto. Me paso el rato buscando más errores. Aunque eso tiene una cosa buena, verás: fíjate lo que has aprendido hoy gracias a los Picapiedra: que no debemos creernos cualquier cosa que veamos o que traten de hacernos creer. Hay que contrastar. Dudar.

Carlos respiró un momento, se abstrajo otro y sonrió levemente. Se animó más aún al fijarse en las pupilas de Víctor, que las tenía minúsculas, y espetó en tono de guasa:

--Aparte de ser una calle de Madrid, Ortega y Gasset, que no eran hermanos sino un solo señor…
--¡Qué malo el chisteeee!—reía, no obstante, Víctor.
--Ya… no pude evitarlo. Pero ahora atiende porque lo que voy a decir es importante: Ortega y Gasset era un filósofo. Un señor que decía cosas admirables, muy sensatas y muy bien pensadas. Era también profesor y en una ocasión recomendó lo siguiente:

“A la vez que enseñas, enseña a dudar de lo que enseñas” –

Carlos dejó pasar unos instantes y, con cierta expectación, preguntó:

--¿Qué te parece?
--Suena bien, ¿no? –resumió el joven sus pensamientos.

En verdad Víctor consideraba que sonaba pero que muy bien el hecho de que haya personas que digan cosas así.Le habría gustado saber más cosas del Ortega ese.

--Si: Sí que suena bien –reforzó el hombre-- Por eso ahora estoy convencido de que
si en un documental del Universo escuchas, por ejmplo, que la tierra tiene 4 billones y medio de años, sabrás que algo anda mal. ¿No?
--Pues sí. Que el traductor de eso no tenía ni puta idea. Nada puede tener más de quince mil millones de años y por eso, lo de que la tierra tiene 4 billones y pico, es un gambazo.
--Sí: es eso, ole por ti. Pero habla bien, por favor.
--Vaaaale. Oye, Carlos: ¿cómo... cómo empezó todo?
--Una pregunta simple que requiere una respuesta compleja. Trataré de hacerla comprensible,pero mucho me temo que resultaría...
--¿Larguita? -- sonrió Víctor, guasonamente amistoso.
--Sí, larguita: eso creo.
--Tampoco creo que me llame Lupe Chazos para quedar en el bar de la esquina, o los colegas para ir a hacer el gamba por ahí. Estamos incomunicados.
--Lupe Chazos... jejeje. Ingenioso --masculló Carlos, inaudiblemente -- Víctor: echa un poco de leña al fuego. Sí, ese tronco. Y unas ramas finas. Gracias. ¿Preparado?
--Preparado--contestaba Víctor mientras se acomodaba en el sillón--.

Carlos sentíase expectante consigo mismo. Le preocupaba adoptar un tono didáctico o engolado, cosa que podía suceder cuando trataba de ocultar su entusiasmo al hablar de algo apasionante para él. No era timidez sino un extraño pudor. Hay entusiasmos que pueden resultar agresivos para los demás, solía pensar. Tragó saliva, respiró y comenzó a hablar pausadamente, en un tono cálido y cercano:

--Antes del principio ni la materia ni el espacio existían. Ni siquiera el tiempo había nacido.

Sólo había un punto minúsculo menor que un átomo que estaba rodeado o mejor dicho, no rodeado, por nada. ¡Nada! Y no te imagines un espacio blanco y vacío. No existía el espacio ni la luz,tampoco los colores. Yo he tratado de imaginarme la nada infinidad de veces y nunca lo he logrado satisfactoriamnte. Yo diría que es un concepto místico y físico a la vez. En la nada, nada existía: ni la nada misma siquiera podía existir.

--¿Ni siquiera Dios?
--Uuuuffff, Víctor... ¡la preguntita! Digamos, de momento, que para esto que queremos comprender desde un punto científico, Dios es prescindible: no hace falta --contestó Carlos con su mejor y más sincera sonrisa.

Víctor asintió en silencio y con un gesto le pidió que continuase.

--En la nada, nada existía y en ningún momento, pues como ya sabes el tiempo tampoco había nacido, había un punto menor que un átomo que daba sentido a la nada porque... ¡ese punto inimaginablemente denso lo contenía todo!

En el el primero de todos los momentos y a saber por qué razón, ese punto minúsculo comenzó a expandirse liberando gran cantidad de energía y también materia en forma de partículas elementales, anteriores y más simples que los átomos. Piensa más en una expansión que en una explosión: No había hidrógeno que pudiera inflamarse ni atmósfera por la que propagarse el sonido del llamado Big Bang, que es lo que ahora estoy tratando de explicarte.

Piensa en esa expansión como si fuese un globo que, cuando lo soplamos comienza a hincharse y crece uniformemente. Lleva estampados algunos circulito de colores y a medida que el globo se hincha, cada círculo se aleja del resto de circulitos existentes. Trata de imaginar todo esto contemplado desde dentro del globo, no desde fuera, porque nada visible o medible existe fuera de ese globo imaginario. Nada hay fuera del Universo: todo está dentro.

Al principio aquello era un festival de radiación, luz cegadora y temperaturas indescriptibles. En tres microsegundos el punto inicial tenía ya una extensión similar a una galaxia. Ya sí había explosiones y durante trescientos mil años aquello seguía expandiéndose sin dejar de ser un denso caos de luz, calor y energía . A medida que el universo se hinchaba los focos de radiación, calor y luz se distanciaban. Poco a poco se iban enfriando.

Ahí quedaban como restos de todo ello y esparcidas por todas partes, las partículas elementales, que son los componentes básicos de la materia.

Al enfriarse el universo algunas de esas partículas elementales, quarks y bariones, se combinaron en protones y neutrones, que junto con los electrones forman eso que hoy llamamos átomos. ¿Sabías que la palabra átomo viene del griego antiguo y que significa indivisible? Aquellos hombres de veinticinco siglos atrás fueron capaces de llegar a imaginar la unidad mínima de materia que consideraron indivisible. El tiempo y los avances científicos han devenido en la bonita y elegante paradoja de seguir definiendo como “átomo”, es decir, indivisible, a algo que desde hace no mucho se sabe que sí es divisible.

Un átomo está compuesto de núcleo, formado por protones y neutrones (conformados a su vez de partículas elementales, los quarks), y de un enjambre de electrones. Cada protón y neutrón pesan casi dos mil veces más que un electrón. Son casi dos mil veces más grandes.

Los electrones, que son otra clase de partículas elementales, se encuentran difusos alrededor del núcleo, ocupando todos ellos una superficie cien mil veces mayor de la que representa el núcleo. Para hacerte una idea podemos imaginar el núcleo como una pelota de golf en medio del estadio Santiago Bernabéu y los electrones dispersos por el césped y los graderíos hasta la última fila, llenándolo todo… ¡de espacios vacíos!

Trataré de explicártelo un poco mejor: Ya tenemos una bola de golf en medio del campo. Ese es el núcleo de un átomo de… pongamos de hidrógeno. Piensa en otra bola de golf que pudieramos romperla haciéndola arenilla, y la fraccionamos en 1836 trocitos. Desechamos 1835 y nos quedamos solo con un granito. Ahí tienes un átomo de hidrógeno y su electrón que "orbita" alrededor del núcleo-pelota de golf, en los confines de los graderíos del estadio.

El oro tiene 79 electrones. Habríamos de imaginarnos 79 pelotas de golf bien juntitas y luego, 79 granitos minúsculos, como los de hidrógeno, dispersos por toda esa vasta superficie, orbitando en capas. Ocuparían espacio, sí, pero mínimo en comparación con los grandes espacios vacíos que dejarían unos de otros, esos granitos de arena más o menos uniformemente repartidos por todo el campo.

Pero un átomo no tiene el tamaño de un campo de fútbol: es muy pequeño. Si coges un material de un milímetro de grosor y lo partes en diez millones de trocitos, cada uno de ellos sería un átomo.
--Y el núcleo, cien mil veces más pequeño aún --intervino Víctor, sin poder contenerse, conectado ya a la música de los números que nos hablan de lo muy pequeño y de lo muy grande.
--Así es. Fue necesario que se formasen los átomos, con masa específica, para que empezase a conformarse lo muy grande, ¿seguimos?
--Seguimos.
--Todas esas partículas elementales y átomos se encontraban unas con otras, se reunían, condensándose en cúmulos que se unían a su vez a otros cúmulos mayores, inmensos, y ahí entra en juego una fuerza: la gravedad.

La gravedad hace que esas nubes de polvo, gas y partículas se apelotonen. Cuanto más apretadas y condensadas están, más fuerza gravitatoria ejercen sobre otras nubes de gas y polvo interestelar que distraídamente pasen por allí, atrayéndolas y haciendo que formen parte de la familia: una gran familia unida que abrazándose todos a la vez en un lugar donde no existe ni arriba ni abajo, no les queda más remedio que parecerse cada vez más a una bola.

Una bola que no solo chupa materia de fuera, sino que ejerce un efecto de succión desde su centro hacia afuera. Ese efecto de succión es la gravedad que hace cada vez más y más densa esa bola que ya, enormísima, cargando todo su peso sobre el centro, hace que éste entre en estado de fusión atómica y empieza a brillar.
Los átomos de hidrógeno, actuando como combustible, generan helio que arde pero ese helio, en lugar de difuminarse por el espacio, queda atrapado por la gravedad que genera el centro de esa enorme pelota de polvo cósmico incandescente.
--La pelota esa pasa a ser una estrella recién formada, ¿verdad?
--Verdad, Víctor. Te adelantas a los acontecimientos y además, te adelantas bien.
--Se veía venir… pero sigue, sigue.
--Esas nubes de materia y polvo cósmico no eran poca cosa. Daban para crear no solo una estrella sino cientos de miles de estrellas que juntas conformaban una de las más de ciento veinticinco mil millones de galaxias que se estima que existen. ¿Mareado?
--Un poco. La verdad es que da vértigo pensarlo –resopló Víctor, con las pupilas dilatadas, como si de esta manera pudiese abarcar mejor tanta grandeza y pequeñez en espacios enormísimos.
--Más o menos, en esto consiste el incio de todo. Bueno, te lo he resumido un poco pero, en principio, esto es lo que sustentan la mayoría de los cosmólogos. No se sabe porqué sucedió pero sí se sabe más o menos cuándo y cómo. Si antes de ese cómo hubo un algo se ignora aunque hay teorías muy interesantes al respecto: singularidades, multiversos, pero en principio, entre tú y yo, nos basta con el Big Bang.
--Vamos, que no hay nada claro.
--Pues no, pero en ciencia esto es muy habitual porque el científico trata de ir siempre más allá y por eso se dedica a poner a prueba sus propios conocimientos: no suele permitir que se consoliden. De hecho, actualmente se piensa que el Universo puede tener entre nueve y trece mil quinientos millones de años. Todo ello debido a recientes descubrimientos en la velocidad de expansión del Universo, mayor de la que se consideraba hace poco. A mayor velocidad de expansión, menor antigüedad y viceversa.
--Me he perdido.
--Imagina unos fuegos artificiales: cohetes que explotan y salen chispas luminosas en todas direcciones, armoniosas, dibujando en el cielo estrellado algo parecido a hojas de palmeras. Cuando un cohete de pirotecnia estalla, hay un punto de luz muy fuerte: el del estallido, y luego se ramifica en brazos de chispas que forman esas “hojas de palmera” relucientes y de colorines. Al principio salen muy rápido, pero su velocidad va disminuyendo a medida que los restos de la explosión se van expandiendo.

Sigue imaginando que en lugar de solo unos cinco segundos, la misma explosión durase cinco minutos. Supón que durante una semana,, todos los días, tienes ocasión de ver desde tu ventana estallidos así, uno detrás de otro pero de manera tan enormemente ralentizada; ¿qué sucedería?
--Puessss…
--Sucedería que acabarías familiarizándote con la figura, con su velocidad inicial, su velocidad media y su velocidad final. Y sucedería también que al cabo de una semana observando todas las noches estallidos de cohetes como ese, en cualquier momento en que te asomases a la ventana serías capaz de decir, por su aspecto, cuánto tiempo ha transcurrido desde la explosión hasta ese mismo momento en que la estás observando.
--Sí, sí… ya lo cojo --intervino Víctor con la cara iluminada--: en esa explosión que se ve a cámara muy lenta, a lo mejor, cada brazo de luz tarda un minuto y medio en hacer la mitad de su recorrido y la otra mitad lo cubre en tres minutos y medio. Como cuando yo lanzaba un cochecito en miniatura, a toda velocidad. Al principio iba muy rápido y luego disminuía su velocidad.
--¡Exacto! –validó Carlos el ejemplo. Así es.
--Pues no sé a santo de qué el ejemplito de la pirotecnia, las ventanas, los cinco minutos… todo tan complicado. Mira, con el ejemplo del cochecito me habría enterado –cortó Víctor, con un inesperado toque de reproche.
--Sssí, tal vez tengas razón aunque… bueno, en cierta medida yo quería también ilustrar que el conocimiento viene de una observación minuciosa, repetida, contrastada, y ya que estábamos me pareció buena idea lo de la ventana y la explosión ralentiza…
--Que sí, hombre, que sí, que te estoy tomando el pelo.
—Y es por una cosa similar, al existir unza mayor velocidad real de expansión del Universo de lo que se creía hasta hace poco, por lo que los cosmólogos están reconsiderando una menor edad del Universo, situándola en trece mil quinientos millones, año más, año menos aunque he leído dataciones que hablan solo de diez mil millones de años.
-- Y la tierra, ¿tiene también entre diez o trece, y quince mil millones de años?
--No. Sólo cuatro mil quinientos millones de años, más o menos la misma edad del sol y el resto de planetas.

Continuará...

1 comentario:

  1. Aún no he terminado el segundo capítulo ni sé qué demonios va a pasar, pero lo escrito hsta ahora de él va dedicado a Julia, con afecto, como regalo de Reyes.

    Lo que sigue se lo dedico a Chispi que, lógicamente, le gusta toda esta parafernalia de estrellas chisposas, púlsares, quásares, galaxias, agujeros negros, desde aquél día que siendo un retaco quiso saber de verdad porqúe la luna era redonda. Se lo expliqué y más o menos lo entendió.

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