jueves, 17 de junio de 2010

VIDAS EJEMPLARES

GANSEL Y KRETINEL

Gansel y Kretinel eran dos niños de Holanda o de Dinamarca o de por ahí cerca. El caso es que eran rubios y tenían los ojos azules y los mofletes coloradotes. Aunque se reían mucho por todo tenían un sentido del humor más bien soso, como el de la mayoría de los nórdicos que, en cuanto se toman tres cervezas se ríen de cualquier sandez, razón por la cual no necesitan aguzar demasiado el ingenio.
Gansel y Kretinel siempre estaban yendo al bosque y perdiéndose. Se les hacía de noche y se asustaban mucho, los muy gilipollas, como si no estuvieran acostumbrados. Además ya iba siendo hora de que se aprendieran el camino dado que por aquella extensión arobolada, no más grande que un jardín enorme, atravesaba la autopista nacional que pasaba justo por delante de la casa donde vivían. Su madre estaba hasta las narices de los dos niños y un día tomó la determinación de acabar con tanta historia de críos extraviados: Se arrancó la bata, se puso sus zuecos y una falda bastorra, con mucho vuelo. Vistió una blusa blanca con las mangas abombadas desde el hombro hasta el codo llevaba un delantal con ribetes muy adornados y con dos bolsillitos estampados con florecitas. En la cabeza se puso un gorro de esos con dos picos a los lados que llevan las tías de Holanda o Dinamarca o de por ahí cerca. Por último, apoyó sobre sus hombros un palo de dos metros de cuyos extremos colgaban sendos recipientes metálicos de esos que sirven para llevar la leche.
--Voy a ir a ver a la bruja, hala. Estoy hasta las narices de que para salir de casa deba tener que vestirme así, como si yo tuviese vacas o hiciese quesos --pensó para sus adentros--. ¡Caray!, que yo soy Ingeniera de Telecomunicaciones; pero claro, con esto del tipismo, todas las tías de Holanda, o de Dinamarca, o de por ahí cerca, nos tenemos que poner esta ropa ridícula por si a algún cretino de turista se le ocurre sacarnos una foto y así, evitarle decepciones. Eso es lo malo de ser de un país tan civilizado y tan mirado para con nuestros semejantes --siguió pensando mientras trotaba por el prado, parándose aquí y allá, recogiendo florecillas y lanzando risas tontas ya que un turista paraguayo la estaba grabando con su cámara de vídeo que robó en Quito (Ecuador).
--Lalalalala --cantaba estúpidamente la madre de Gansel y Kretinel mientras ordeñaba una vaca que pasaba por allí. Esto lo hacía a petición del paraguayo, un señor muy correcto que no paraba de filmar y sacar fotografías.
--Pero ¿es que no me va a dejar en paz este mamonazo? ¡Con la prisa que llevo! --pensaba para sus adentros al tiempo que seguía ordeñando con una sonrisa encantadora, de esas que solo saben esbozar las mujeres de Holanda, o de Dinamarca, o de por ahí cerca --Bueno, ¡YA ESTÁ BIEN, ¿NOOOO? -- gritó la ingeniera al paraguayo, tres horas después, sin poder contenerse-- Ya he ordeñado quince vacas; no querrá que ahora me ponga a hacer quesos, ¿Verdad?
--Hombre, pues iba a pedírselo ahorita --dijo el paraguayo con ese acento tan cálido de teleserie venezolana--.
--Pues sí, sí es molestia. Tengo prisa; así que si no le importa…
Pero al paraguayo le importó, y mucho. Denunció a la madre de Gansel y Kretinel por xenófoba, y además hizo bien, que hay que ser implacable, hombre. La detuvieron y tras pasar tres años en la cárcel, reemprendió su camino en busca de la bruja. La ex-presidiaria esperó a que se hiciera de noche. Difrazada de Coronel de Húsares y moviéndose entre sombras y por las zonas más oscuras y apartadas, por si los paraguayos, arribó a la casa de la horrible vieja.
¡Toc, toc, toc! -golpeó la puerta con los nudillos- ¡Tot, toc, toc!, -volvió a golpear. Cuando ya le sangraban las manos se oyó una voz característica de bruja que contestaba: “¿Quién es?”, pero así leído no dice nada. Era como muy terrorífico. ¡Había que oirlo, de verdad!, Daba un miedo…
--¿Quién es? --repitió la pregunta y el ajo, pues su aliento apestaba.
--Adivínelo --respondió chulescamente la madre de Gansel y etcétera.
--¡Déjese de leches! --exclamó con decisión la vieja mientras entreabría la puerta y, encorvada, dirigía una mirada torva a su visitante-- Que yo soy bruja y no visionaria. El barrio de las videntes está veinte vacas más arriba.
--No, no; tiene usted razón. No necesito una adivina sino una bruja y bastante fea, así que me viene usted al pelo.
--Hombre, pues muchas gracias por el cumplido y, aunque solo sea por devolvérselo, debo decirle que usted, para ser Coronel de Húsares, tiene las tetas muy gordas y bastante caídas, por cierto.
Una vez hechos los honores ambas mujeres entraron en la casa que era como la de todas las brujas y, como todo el mundo sabe, su gracia consiste en que esté hecha una verdadera porquería: todo manga por hombro y tenebroso, gatos negros crispados, cucarachas, murciélagos boca abajo, suspendidos de unas vigas de madera instaladas en el techo con el único propósito de que estos bichos se colgasen de ellas. Cada dos pasos se tropezaba uno con marmitas llenas de líquidos de diferentes colores y consistencias, todos ellos en ebullición y echando ese humo tan irreal, característico de las películas de brujas y marmitas.
-¡Qué asco de casa ! --exclamó la madre haciendo un dengue--.
--¿Verdad que sí? --presumió la bruja--. Es de reglamento. Todo comprado en el Corte Aquelarrés. Los tabiques derruidos y los escombros que ve usted esparcidos por el suelo me lo hicieron gratis, a cargo de un equipo especializado de derribos. Era una oferta incluida en la compra de seis marmitas.
--Pues enhorabuena, lo tiene usted todo muy desagradable. ¿Esos visillos, son de cretona?
--No, son de cretense --siguió presumiendo la vieja--. Piel auténtica. De niño. Se llamaba Minoikos Degollakis y tenía 12 años cuando murió de un ataque de lombrices en luna llena. Es por eso que esta parte de aquí, la del culo, está tan agujereada.
--Mejor: así corre más el aire --dijo, por decir algo, la madre de Gansel y la otra gilipollas--.
--Por cierto, ¿Por qué no llamó usted al timbre?
--Porque en las casas de campo de Holanda, Dinamarca o de por ahí arriba, es obligatorio llamar con los nudillos aunque uno en su casa tenga un timbre que suene más que las campana del Big Ben. Así hace más típico.
--Tiene usted razón --respondió la bruja-- y hay que andar con mucho ojo con estas cosas pues no vea usted cómo se ponen los paraguayos…
--Me lo va usted a contar … --suspiraba la expresidiaria--
--No tengo por qué contarle nada --cortó la bruja-- En cualquier caso, me contará usted qué diablos se le ha perdido aquí.
--Vengo a verla porque tengo dos hijos, Gansel y Kretinel, y quiero darles un escarmiento.
--¿Los niños del cuento?
--Los mismos, pero esta es una historia revisada y hay que cambiarla un poco, porque si no, al autor, luego lo acusan de plagio.
--Comprendo --respondió la bruja--. Es lógico. Y quiere usted que yo ejerza de bruja e intente darle pasaporte a los niños, como en el cuento.
--Como en el cuento, no. En el cuento los niños acaban zurrando la badana a la bruja. Yo quiero que usted los apiole porque me tienen hasta los cojones.
--Pero no diga usted esos tacos --reprendió la vieja--. ¿No va a ser esto un cuento?.
--Pues sí, es verdad --se desinfló un poco la buena madre de los nenes--. Pero es que esos dos cretinos me tienen harta. Siempre se van al bosque riéndose de cualquier chuminada. Luego se pierden y llegan tardísimo a casa si no los he encontrado antes. Me da igual que se pierdan, que pasen miedo o les ocurra alguna desgracia. Lo jodido es que siempre hay algún imbécil de leñador que le da por hacerse el bueno, viene a mi casa y me saca de la cama en lugar de meterse dentro conmigo, ¡con lo macizos que están los leñadores!-; y yo, ¡hala!: a echarme un chal por encima por si el relente; a ponerme los zuecos, por si los paraguayos, y a buscar a los niños. Todo por no quedar mal con el leñador y que no se piense que soy una mala madre. Todos los lunes, jueves y sábados la misma historia.
--Vaya, vaya. El asunto es grave. Y… ¿Qué tal si en lugar de los niños apiolamos al leñador?
--¡Pero oiga! --exclamó la mamaita-- ¿Qué clase de bruja es usted?, ¿No le da vergüenza?. ¿Es que va a hacerles ascos a dos niños?
--No, no… perdóneme --se excusó muerta de vergüenza--. Lo que ocurre es que no tengo muchas ganas de liarme a construir casitas de chocolate, azúcar y caramelos. Además de ser una mariconada, es muy laborioso. Y caro. Sin embargo, al leñador se le atrae con una simple botella de coñac..
--Pues a ver si somos más profesionales. Hace usted la casita, atrae a los niños, los engaña y… ¡A la marmita con ellos! Y nada de tocarme al leñador, que a ese lo quiero para mí sola.
La bruja, tras construir la casa, engañó a Gansel y Kretinel, cosa bastante fácil pues eran los dos unos tontolculo. Los metió en la marmita y colorín colorados. Digo que colorín colorados, en plural, porque así es como se quedan los niños de Holanda, Dinamarca o de por ahí arriba cuando cuecen dos horas a fuego vivo.
Moraleja: Más vale leñador en mano que dos niños tontolhaba extraviando.

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